¡Buenos días, profe! 👋 ¿Cómo estás?
Hace unas semanas Rafa Nadal se convirtió (o ya lo era) en uno de los mejores tenistas de la historia al ser el primer hombre que había ganado 21 Grand Slams -tres mujeres ya lo habían hecho antes-.
Mi madre es una fanática de Rafa y a mí me gusta ver los partidos con ella, sus gritos, sus aplausos, los nervios y los ánimos.
Aunque a miles y miles de kilómetros de distancia, mi madre no cesa en alentarle y animarle, sobre todo en los momentos más duros, como el del otro día en el que iba dos sets abajo.
El tenista español se caracteriza por su fuerza mental, por la capacidad que tiene de abstraerse de ese resultado en el que parece que todo lo tiene perdido y darle la vuelta a todo el partido, desmoralizando a cualquiera que tenga en frente.
Estas hazañas, que ya no son sorprendentes, han hecho que mi madre no deje de alentar a Rafa en ningún partido y ante ninguna circunstancia, sabiendo que el tenista tiene la capacidad de cambiar el partido.
Y claro, no voy a decir que mi madre sea la persona que le ayuda desde la distancia, o sí. ¿Por qué?
Porque mi madre confía en él. Sabe que un partido aparentemente prohibido puede inclinarse del lado contrario y acabarlo ganando. Porque confía en las habilidades del tenista. Y, porque no deja de creer en él, animarle y apoyarle en todo momento.
Por el contrario, cuando jugaba David Ferrer y este perdía algunos puntos clave, mi madre ya sabía que estaba todo perdido, que no iba a poder ganar. Y así era.
Igual todo esto te suena un poco loco, pero seguro que ahora empieza a cobrar sentido. Hablamos del Efecto Pigmalión, que dice que las expectativas y creencias que se depositan sobre una persona modifica completamente su actitud ante el problema.
Es decir, cuando mi madre confía y apoya a Rafa al 100% en cualquier situación, la confianza de Rafa en sí mismo incrementa descaradamente. Por el contrario, al pensar que Ferrer lo tiene todo perdido, este se desmoraliza y ya ni lo intenta.
Ahora cambiemos los nombres de Nadal y Ferrer por María o Juan, los niños y niñas de tu clase. Lo que pienses de ellos, lo que les digas o transmitas, influirá en su desarrollo de una forma brutal. Consciente o inconscientemente.
Bill Gates, creador de Microsoft, ya lo decía: "Las expectativas son una especie de verdad de primera clase: si la gente se las cree, se convierten en verdad". Hagamos que nuestras expectativas en clase se conviertan en verdad, y esto comienza por creer en el alumnado.
¡Vamos al lío!
Hace un par de semanas comenzamos a reunirnos parte del claustro para modificar y mejorar el plan de convivencia del centro.
En esta primera fase estamos centrándonos en enfocarnos en las dinámicas que cada ciclo y clase ya realiza para fomentar la convivencia y el buen clima escolar.
Una vez tengamos esto y lo pongamos en común, la idea es ver las necesidades que tenemos como centro y desarrollar iniciativas más enfocadas y concretas. Una de ellas, es la mediación escolar.
En mi época de estudiante en secundaría, formé parte durante dos años del equipo mediador. La verdad que funcionaba genial y eran los y las estudiantes quienes decidían recurrir a esta herramienta para solucionar los conflictos. Para ello, los y las mediadoras éramos formados durante un tiempo y luego actuábamos en parejas con un profe responsable.
A la hora de llevarlo a educación primaria creo que es un tanto más complejo, pero que puede tener resultados tan o igual de buenos. Para ponerlo en marcha, comenzaremos formándonos nosotros y nosotras y, más tarde, los y las niñas. Os iré contando.