¡Buenos días, profe! 👋 ¿Qué tal?
Dan las 16:23 cuando llego a casa después de una jornada intensa en el colegio. Aunque bastante cansado, me siento en el sofá, abro el ordenador y sigo con el trabajo de clase.
A la comisión de Audiovisuales, de la que formo parte, nos toca preparar la fiesta de fin de curso para todo el centro. Antes de disponerme a divagar, redactar algunas de las ideas y crear materiales para que el último día sea divertido y memorable para los pequeños, abro el calendario para organizarme la tarde.
De 16:30 a 17:30 me dedicaré a la planificación del Escape Room final para todo el centro. Luego, de 17:30 a 19:30 estudiaré un par de temas para las oposiciones para así, de cara al final de la tarde, irme a hacer algo de deporte.
Bien. Creo que se puede quedar un día bastante completo y equilibrado entre la vida profesional, personal y el estudio. Comienzo.
Sin ruido de notificaciones y sin distracciones, escribiendo la narrativa del Escape Room, pensando pruebas y visualizando en mi mente las reacciones del alumnado a cada paso que daremos1, cuando vuelvo a mirar el reloj marca las 18:15.
¡M*erda! Me he alargado más de cuarenta y cinco minutos. Según la planificación hace rato que debería estar estudiando. ¿Cómo no me he podido dar cuenta?
En ese instante, con una medio sonrisa, me percato de que hacía muchísimo tiempo que no experimentaba esta sensación conocida como el estado de flow. Ese estado de concentración e inmersión máxima, a la vez que de disfrute, en el que nuestra implicación con la tarea es máxima.
Quizá lo hayas experimentado en diversos momentos. Pero, ¿cómo podemos conseguirlo? ¿Qué elementos se necesitan?
Y sí. Esto, además de ser muy útil para nuestra vida personal / profesional, también lo es para ayudar a nuestro alumnado a conseguirlo y que el proceso de enseñanza-aprendizaje se haga todavía más efectivo.
¡Vamos al lío!
Quizá te suene: “Necesitamos más tiempo para coordinarnos”.